6/10/10

Reflexiones Endodóncicas



Estoy en la sala de espera, siento que mi corazón late descontrolado y se me sale por la boca. Esa misma boca que en breve será violentada por la sonora e inmisericorde indumentaria dental. Todo pulcro y ascéptico en la consulta, no hay rodillas sangrantes, ninguna tos flemática. Los pacientes compartimos el espacio sabiendo que nuestro calvario va por dentro y en un silencio cómplice nos consolamos con la mirada mientras se alarga nuestra espera.


Entonces pienso estúpidamente que todo este sufrimiento se podría haber evitado con una pequeña precaución, con un mínimo cuidado. Muchas veces ante la consumada desgracia ese pensamiento pasa burlesco por mi cabeza ¿De qué me sirve ahora? No me da valor, no cambia nada, sólo me regala la ficción de control sobre las circunstancias que hoy me superan y golpean con la fuerza de una salada ola de mar en la cara. Ese control no exíste, nunca existió, si hubiera hecho ésto o dicho aquello seguro habría fallado en otras cosas y aquí estaría todavía, esperando que me hicieran polvo una muela distinta, estoy segura.


Mi nombre es el primero de la lista, me levanto envalentonada de saber que por lo menos terminaré con este sufrimiento constante. Me siento en la silla y el dentista me reclina hasta el límite de la indignidad, un foco encendido sobre mi cabeza cegandome mientras escucho la frase lapidaria que me desarma:


-"Abra la boca"


Todo parte con la anestecia, cuando la encía se adormece el dentísta taladra sin piedad y se vuelve sórdido el ruido constante y metalico de la maquinita que va sacando todo. Yo siento ese olor entre caries y muela quemada , mi consciencia me abandona, mejor así. Agradezco profundamente tener la capacidad de divagar incluso en la silla de tortura y empiezo a ver las cosas desde fuera, pienso en lo increíble que sería tener una maquinita así con anestesia "todo evento" para poder desprender de mi mente todo lo que esté estancado y comenzando a podrirse , como estaba hasta hace un par de minutos mi muela. Poder eliminar los recuerdos indeseados, las envidias, las interrogantes que nunca parirán certezas. Sacarlo todo, quedar desnuda de prejuicios y de juicios con mi sonrisa más liviana lista para salir flotando en una nube de la consulta. Dolería claro, especialmente cuando pasara la anestesia, pero ahí estaría yo, libre de todo cuanto me pesa y feliz de pagar la cuenta gigante que solo por una muela parece no valer la pena.


Vuelvo a la clínica por un momento, fierros delgados y dolorosos están despojando a mi muela de lo que le quedába de nervio, constato que sufrir es inevitable, no sólo porque no hay ninguna sustancia capaz de dormir mis encías para siempre, sino porque caigo en cuenta de que un pequeño tozo de mí está muriendo, no lo siento, no late más y me entristece.


Libre de lo que me molesta, en todo sentido, extirpado lo que no quiero ver, muere también algo de ilusión y de esperanza, una parte de mis sentimientos más profundos. Cuando el dentista ponga sobre ésta muela una incrustación de porcelana inerte se verá más blanca que recién salida, pero me será ajena. Cuando me libro de todos mis males y los extirpo de raíz en mi fructífero ejercicio imaginativo, se que esa sonrisa liviana tampoco es mia, esos ojos como cristales totalmente libres de mi pequeña melancolía. No soy yo.


Después de todo, aunque parezca tentador, no quiero un tratamiento conducto del alma, no quiero mi corazón transformado en una concha vacía. Quiero caminar por el largo camino de abrazar mis sentimientos y limpiarlos con lágrimas, con risas, con abrazos, con el paso de los días que sean necesarios. Hace un tiempo traté de explicarle a alguien que para mí superar cualquer evento es un proceso. Hay gente que corta con todo, se olvida de personas y acontecimientos, fingen que nada pasó nunca y hechan tierra sobre los hoyos que la vida les va dejando, yo no puedo hacer eso. Para bien o para mal siempre he tenido que rumiar mis tropiezos buscando entender, buscando perdonar, queriendo sentir nuevamente amor por los demás y por mi.


-"Puede enjuagarse, cuando pase el efecto de la lidocaína le va a doler un poco"


Me rio de costado en mi mente, el dentista sólo ve una mueca burda sobre mi boca adormecida.


-"Me va a doler más que un poco, pero sanará, ya no hay duda. Muchas Gracias"




Micaela Del Alba

1 comentario:

Isabel Bertero dijo...

SE LO VOY A MOSTRAR A MI ODONTÓLOGO, QUE ME DICE..."VOS QUE TENÉS PSICOLOGÍA". MI HIJA Y YO SIEMPRE LE EXPRESAMOS LO INVASIVOS QUE RESULTAN LOS TRATAMIENTOS. CÓMO AVASALLAN TU PRIVACIDAD. PACIENCIA...